Ferenc Szabo (Budapest, 1956) es el gran cimiento y piedra angular de la halterofilia en Galicia. Entrenador del CH Coruña y director técnico de la selección gallega, ha conseguido hitos individuales y por equipos jamás imaginados. Y lo que queda.
-Llegó en 1991. Ya pasa usted por gallego.
-Con una frase corta, o dos o tres palabras, pues puede que sí, pero como tenga que hablar más, es imposible disimular mi acento.
-¿Ha vuelto a Hungría?
-Todos los veranos, a ver amigos y familiares, que cada vez quedan menos. Ellos también vienen a vernos a mi esposa Lilian y a mí.
-¿Y no le preguntan cómo llegó a esta esquina del mundo?
-Sí, claro, pero les cuento la historia real, no invento nada: me llegó una oferta de trabajo.
-Acababa de caer el muro de Berlín.
-Era todo incertidumbre en el mundo del deporte. Hasta entonces, ser deportista de alto nivel era tener una existencia segura. Estaba muy subvencionado. Yo era funcionario. Y entrenando con el equipo del ejército me lo pasaba genial, muchas bromas, muchos piques, un nivel altísimo… Pensé que a partir de entonces no sería lo mismo. Mi plan era venirme para dos años, no era tanto riesgo. Tenía pensado volver, pero esto era encantador y…
-Su esposa fue campeona del mundo máster, usted campeón nacional… ¿el secreto era el «goulash»?
-Jajaja, pues no teníamos costumbre de comerlo. Ahora Lilian lo hace riquísimo y siempre que vienen amigos a casa se lo reclaman. No, el secreto no era el goulash.
-Con 23 años y en plena luna de miel, la explosión de una bombona de cámping gas le arrebató una pierna. Ahí se acabó todo.
-De ninguna manera. Ahí empezó todo. Como era joven, no tomé tan mal el accidente, no pensé en la fatalidad. Ya sabía que iba a ser entrenador… No creo que haya una ayuda divina para conseguir lo que quieres. Tienes que llegar con tus propias fuerzas.
-¿Sigue yendo a correr?
-Ahora menos, pero porque voy más en bici.
-¿Practica más deportes?
-Desde siempre. Hacía pentatlón moderno (equitación, natación, tiro olímpico, esgrima y carrera), gimnasia artística…, pero lo que más me gustaba era el piragüismo.
-¿Y sigue con la halterofilia?
-Algo levanto, pero menos tras el accidente. Hago pesas tres o cuatro días a la semana. Si estoy dos días seguidos sin tocar la barra, me entra una depresión…
-Eso también lo confesaba Irene Martínez…
-Es que lo que más satisface es el estado posterior al entrenamiento, ese cansancio saludable.
-¿Se recuerda sin la haltera?
-No, porque crecí con ella. Mi padre fue el primer presidente de la federación húngara, internacional y fue a unos Juegos Olímpicos. Me fascinaba la atmósfera de los entrenamientos. Me enganchó. Gente madura y fuerte, honesta, muy sana y con muy buen humor, gente de campo con su propia jerga. Utilizaban una crema para el calentamiento que desde entonces asocio a este deporte. Aún sigue existiendo y algunas personas las usan en su vida diaria, y yo voy por la calle, percibo ese aroma tan penetrante y pienso: «¡Halterofilia!».
-¿Ha cambiado ese ambiente?
-En nuestro gimnasio, no. Vienen con gusto. Somos una piña.
-Ya tiene mérito usted, vivir de la halterofilia en Galicia.
-Fue, y es, muy complicado. Porque antes no había nada. Soy afortunado porque mi afición es mi trabajo y vivo en el sitio más bonito del mundo.
-Hombre… Budapest no es precisamente feo…
-Yo nací a cien metros del Parlamento… ¿conoce la zona? Cuando naces en un sitio así no te das cuenta de lo bonito que es, pero cuando te vas a vivir a tres mil kilómetros, lo ves de otra manera.
-También hay que saber acertar en las decisiones. Una virtud.
-Bueno, Lilian me influyó bastante para elegir el buen camino. Allá también estaba contento, no lo veía del todo claro y ella me impulsó. Además, quería ver mundo.
-¿Cree que ha sembrado halterofilia en Galicia?
-Los principios fueron muy duros. Esto tiene que seguir adelante. Yo llego a la edad de jubilación en tres años y no voy a estar para siempre. Pero los que eran mis pequeños ahora tienen 30 años y seguro que seguirán. Es un orgullo. Cada vez nos conocen más, nos saludan por la calle…
–Derribó estereotipos.
-Sí, como el de que los niños se quedan pequeños o se convierten en monstruos. Piensan que hacemos unos esfuerzos tremendos y es todo técnica, elegancia, armonía. Había un desconocimiento total. O hacer que nadie piense en el dopaje. Hace treinta años decías que habría deportistas de aquí logrando medallas internacionales sin doparse y se reían. Ahora lo ven. Hay valores. Los deportistas nos sobreponemos a las dificultades de otra manera. Tenemos otra capacidad de aguante.-Pero cuando destacan, se van de su lado al CAR.-Así es la vida del entrenador de provincias. Pero no todos se van. Algunos incluso vuelven. Hay que ser muy fuerte mentalmente para sobrellevar el tiempo muerto sin entrenamiento o estudio.
-Si se me estropea un mueble, ¿le puedo llamar para que me lo arregle?
-Mejor llama a mi esposa Lilian, que le gusta el bricolaje, pero cuando no consigue hacer lo que quiere, me pide ayuda a mí, que no me gusta… je, je… Yo tengo un estupendo seguro de hogar que incluye horas de profesionales para arreglos y las aprovecho bien, je, je…
-¿Cocina?
-El goulash lo hace mi esposa, pero todo el mundo conoce mi tortilla francesa de los sábados, al estilo húngaro, con chorizos, pimientos, alta, blandita por dentro y crujiente por fuera… y con muuucha paprika bien picante.
-¿Viaja?
-Por placer, siempre en los últimos treinta años, ha sido a Hungría en coche. Seis mil kilómetros, idea y vuelta. Estoy varias semanas y necesito el coche allá, además de que llevamos y traemos muchas cosas, y aprovechamos para visitar a mi cuñada, que vive en Italia, cerca de Bolonia.
-¿Escucha música?
-Ya no tanto. De joven, heavy y rock progresivo. Pelis y series, nada, porque me come el tiempo la halterofilia. Y más a finales de año, con todos los informes por hacer. Me levanto a las 6.30 horas y no me llega el tiempo.
-Pero la música la puede poner en los entrenamientos.
-Mis atletas ya traen música para entrenarse… pero es su música… je, je…